Los mexicanos aman las fiestas y las reuniones públicas. Todo es ocasión para reunirse. Cualquier pretexto es bueno para interrumpir un día cotidiano y cerrarlo con una gran fiesta. Esto mantiene despierta la imaginación y la sensibilidad a flor de piel del mexicano y sus visitantes.
El mexicano se caracteriza por su creativa manera de ver y enfrentar la vida y la muerte.
El Día de Muertos, se celebra a finales del mes de octubre y principios de noviembre, siendo el 1 y 2 de noviembre los más emblemáticos donde se ofrece lo que más le gustaba comer y beber a familiares o personas cercanas fallecidas, esta tradición se remonta a tiempos prehispánicos.
Existían varios rituales en el México antiguo que rendían culto a los muertos, pues en gran parte de las culturas Mesoamericanas se consideraba a la muerte como la continuación de la vida, no como el fin de algo.
México es un país rico en cultura y tradiciones; uno de los principales aspectos que conforman su identidad como nación es la concepción que se tiene sobre la vida, la muerte y todas las tradiciones y creencias que giran en torno a ellas.
El culto a la muerte en México no es algo nuevo, pues los orígenes de la celebración del Día de Muertos en México son anteriores a la llegada de los españoles. Hay registro de celebraciones en las etnias mexica, maya, purépecha y totonaca. Los rituales que celebran la vida de los ancestros se realizan en estas civilizaciones desde la época precolombina.
Se dice que en épocas prehispánicas las festividades eran presididas por la diosa Mictecacíhuatl, conocida como la "Dama de la Muerte" (actualmente relacionada con "La Catrina" y esposa de Mictlantecuhtli, Señor de la tierra de los muertos. Las festividades eran dedicadas a la celebración de los niños y las vidas de parientes fallecidos.
El festival que se convirtió en el Día de Muertos se conmemoraba el noveno mes del calendario solar mexica.
El principio común de esta festividad consiste en que la familia se reúne para dar la bienvenida a las ánimas, colocar los altares y las ofrendas, visitar el cementerio y arreglar las tumbas, asistir a los oficios religiosos, despedir a los visitantes y sentarse a la mesa para compartir los alimentos, que tras haber sido levantada la ofrenda, han perdido su aroma y sabor, pues los difuntos se han llevado su esencia. Esto representa nuestra visión sobre la muerte, llena de alegorías y de significados.